CONTRASEÑAS

+ El agua limpia del cristianismo que en dos milenios no ha podido penetrar las rocas de la humanidad.

+ Es tiempo de ser humildes y sencillos: padre Juan Beristain de los Santos.

+ Ser peregrinos de la esperanza que tanto necesita el país: CEM

Miguel Valera


Como en la política, donde la militancia en un partido puede limpiar tus pecados sociales en un santiamén, en el cristianismo sucede lo mismo con el bautismo o la confesión, que te dejan limpio, puro, en ceros, para llenar el score de tus malas acciones, que puede seguir acumulando hasta que repitas el “borrón y cuenta nueva”. Muchos cristianos viven esa acción de simulación, de cambio, de transformación, para seguir siendo como siempre, llenos de mentiras, de egoísmos, de odios y rencores.

En la política sucede lo mismo. Un día eres de un color y al otro día eres de otro. ¿Los principios ideológicos? Se adoptan, se asumen, como si de un chaleco o camiseta se trataran. Al final, se apuesta a la flaca memoria de la gente, del pueblo noble a quien se puede convencer con espejitos. En la práctica, a pesar del decálogo, se miente, se roba y se traiciona. Alguien me dirá que esa es la naturaleza humana y tendrá razón.

Mi reflexión viene a colación con motivos de la Semana Santa del catolicismo. Muchos hombres y mujeres acuden a las celebraciones religiosas, dejan de comer carne, se ponen ceniza, hacen sacrificios, se conduelen por la muerte del hombre de Nazareth, pero al final siguen con sus mismas vidas. El cristianismo, leí hace algunos años en un libro cuyo título no recuerdo ahora, es como un río de agua pura que corre sobre piedras, que al romperlas, están secas, porque el líquido cristalino no ha podido penetrarlas.

El padre Juan Beristain de los Santos, portavoz de la Arquidiócesis de Xalapa, decía este domingo que “gobernar siempre es servir” y ponía el ejemplo de Cristo, entrando a Jerusalén, montado en un borrico. “El entrar a Jerusalén en un burrito recuerda que Jesús no tiene pretensiones triunfales como los vencedores, sino que viene en son de paz, con la sencillez del Rey Mesías que viene a servir a su pueblo sin emplear para nada el poder, la violencia y la ideología del engaño”.

“Alfombrar con los propios mantos el paso de Jesús significa, para cada ciudadano, gobernante y autoridad reconocer que, desde la cultura de la paz y de la vida, se puede construir una sociedad donde todos sean reconocidos en su dignidad personal y sean dignos destinatarios de que todos los recursos de la nación mexicana se pongan al servicio del desarrollo integral”, expone el presbítero católico.

“Tender los mantos al paso de Jesús significa partir de la dignidad humana y de los valores fundamentales, para que todos cumplamos la vocación y la misión a la que hemos sido llamados como mexicanos y veracruzanos. Es tiempo de ser humildes y sencillos para unirnos y sacar adelante al país tan sembrado de la obscuridad de la violencia, la corrupción y la mentira”, concluye el clérigo católico.

El llamado del sacerdote romano a ser humildes y sencillos es también para ellos, para los clérigos y creyentes, que se sienten dueños de la verdad absoluta en un mundo en donde las expresiones religiosas son múltiples, variadas y en donde el camino para la propia fe debe ser el del respeto a otras expresiones. Para caminar juntos y dar la mano a otros se necesita, en efecto, la humildad, la capacidad de reconocer que el otro es diferente a nosotros mismos.

En ese tenor, escuché al obispo Héctor Mario Pérez Villarreal, Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano, decir que es momento de invitar a todo México a hacer un alto en el camino y contemplar el misterio del Crucificado. “Es en él donde descubrimos el dolor que provoca la muerte del inocente al contemplar el sufrimiento de María, estamos seguros, hoy acompaña a tantas madres que no han podido sepultar a sus hijos”.

“Si al contemplar al crucificado vemos la insensates de la violencia, la injusticia y la impunidad también vemos en El la respuesta que nos trajo la salvación. Su respuesta fue el amor, su respuesta fue un grito confiado al Padre, para que sea Él quien haga justicia y permita que la vida triunfe sobre el pecado. Estamos convencidos que sólo en Cristo encontraremos los caminos que sólo en Cristo encontraremos los caminos de paz y reconciliación que nuestro México necesita”.

“Sólo de él obtendremos la fuerza para transformar las armas en arados y la violencia en un deseo de prosperidad y de paz”.

Buenos y nobles deseos de los prelados mexicanos. El asunto, como en todo lo que se quiere hacer vida, es ponerse manos a la obra, trabajar, en serio, por un mejor país. Su semilla de mostaza está ahí y qué bueno que lo señalen, pero ellos tienen también una gran responsabilidad para que esa realidad crezca grande y frondosa en nuestro país.

 @MValeraH

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